DIEZ DE MAYO
Es la mañana del diez de mayo, día de las madres; todo mundo lleva flores, regalos y serenatas a las mamás, se las llevan a sus casas, éste hombre en cambio, lleva flores al cementerio, donde desde hace varios años duerme su madre.
Llegó y quitó la basura acumulada que daba a la tumba un aire de abandono, había restos de unas flores viejas que quitó y colocó las nuevas en un pequeño florerito que había con ese fin, les puso agua, intentó rezar algo pero no pudo. No sabe rezar, pero más que eso le ganó el llanto, y decidió platicar con ella como en vida le hubiera gustado hacerlo. Le contó las cosas que habían pasado recientemente, que se casó, que tiene un hijo, que logró hacerse de un buen trabajo y que dejó de fumar.
Que ya no se viste como antes, se quitó el arete que usaba y aprendió a dominar su impulsividad que tantos problemas le trajo cuando era adolescente. Aprendió a respetar a las personas, como tanto le decía en vida.
Que ya dejó el vicio de beber y las malas compañías que tanto le preocupaban, y hasta come tres veces al día. Dejó de drogarse como antes lo hacía. Que se acercó al templo de la colonia, asistió a misa y le gustó como hablaba el sacerdote, que se identificó con más personas de su edad. Aprendió a persignarse por las mañanas antes de salir de casa como lo hacía ella.
Cambió la música demoníaca por libros de literatura y las parrandas con los amigos por fines de semana completos con su familia, en la cual seguía faltando ella.
Que ingresó a una escuela nocturna y trabaja muy duro para salir adelante, como hicieron todos sus hermanos, a quienes no ha vuelto a ver desde que ella falleció, pues lo culpaban de haber provocado la muerte de su madre con su despreciable conducta. Le contó con tristeza que sin ellos se siente solo, que se siente arrepentido, pero que no lo han querido escuchar ni quieren saber nada de él.
Le contaba muchas cosas mientras lloraba sin consuelo, un llanto de arrepentimiento. Prestó atención por un momento a su alrededor y vio que había unas personas llorando, llevaban a sepultar a alguien, lo esperaba una horrible fosa fresca; alguien se desmayó, otro ya no podía ni llorar y estaba fuera de control; el féretro bajaba despacio al fondo, indiferente a la vida.
Se trataba de una buena mujer que había fallecido por la ingratitud de algún hijo, según escuchó. Y alguien maldijo con furia al hijo ingrato que provocó la muerte de su madre y ni siquiera estuvo en el sepelio en franca muestra de rebeldía.
La piel se le erizó, sintió tremendo escalofrío y abrazó la tumba de su madre, y se dijo que seguramente lo mismo ocurrió durante su entierro, donde él no estuvo.
No pudo permanecer ya más tiempo en ese lugar, así que se despidió de su madre y prometió visitarla más seguido, de alguna manera se sintió bien hablándole como lo hizo.
Se persignó, pidió mil veces perdón, acomodó sus flores y en silencio se fue.
Anduvo caminando por ahí hasta que se sintiera más tranquilo, no quería llegar en ese estado de ánimo para no preocupar a su familia. Decidió por fin llegar a su casa, secó una última lágrima y entró, observó que su pequeño hijo tenía en sus manos unas flores muy hermosas, y al verlas se estremeció...
¡¿De dónde sacaste esas flores hijo?...!
“Vino una señora que dijo que es mi abuelita, me las trajo para mi mamá y dijo que no te preocuparas de nada, que ella estaba bien y que fueras feliz, y que te diera un beso”, contestó inocentemente el chaval mientras besaba a su padre.
Eran las mismas flores que llevó al cementerio.
Comprendiendo todo de inmediato, cayó de rodillas llorando y dándole gracias a Dios por haber encontrado el ansiado perdón de su madre y por darle la posibilidad de vivir feliz, sabiendo que no sólo no le guardaba ningún rencor, sino que además lo amaba desinteresadamente, tal como suelen hacerlo las madres.
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