Un niño pobre que tenía mucha hambre estaba parado
mirando por la vidriera a la gente que estaba adentro almorzando.
El propietario del restaurante sintió lástima del pobre niño
y decidió invitarlo a comer una suntuosa comida,
un verdadero banquete que no olvidaría toda su vida.
Al terminar de comer, el niño, avergonzado, que se devoró la comida,
preguntó cuándo debía y entonces el propietario le respondió:
“A mí me enseñaron que cuando uno hace un favor,
no tiene que esperar que le paguen”.
El niño se puso a llorar y entonces el propietario lo abrazó y lo calmó.
Pasaron muchos años y el propietario del restaurante
contrajo una enfermedad muy extraña.
Tras someterse a un tratamiento prolongado y muy costoso,
logró reponerse y entonces le dieron la cuenta de lo que tenía que pagar.
Pero para su gran sorpresa, la cuenta ya había sido pagada.
Alguien, que alguna vez había sido un niño pobre sin medios,
y que con los años se había transformado en un médico muy exitoso,
escribió en la cuenta:
“A mí me enseñaron que cuando uno hace un favor,
no tiene que esperar que le paguen”.
Aquello que le prodiguemos al mundo será lo que recibiremos de él”.
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